Ludwig Wittgenstein (1889-1951) es ya un clásico: al lado de Aristóteles y Kant permanecerá siempre como una fuente de estímulo, mientras permanezca el espíritu de la filosofía crítica y no pretendan soslayarse las cuestiones conceptuales básicas con un encogimiento de hombros indiferente, remitiendo a la ideología de moda en cada momento. El arte de pensar wittgensteiniano queda para la historia como paradigma de aquello que escribió su compatriota Weininger acerca de la obligación moral frente a uno mismo de aspirar al genio, al amor intelectual a la verdad y a la claridad. A lo que remite el título de la por ahora insuperable biografía de Ray Monk, Ludwig Wittgenstein: El deber de un genio. Lógica y ética, es decir, filosofía y ética, en este sentido, son una y la misma cosa. He ahí el mayor ejemplo wittgensteiniano, sólo equiparable a ese nivel, seguramente, se dice, al de Sócrates en la historia de la filosofía.